Si lo veo, creo que me meo! (1)
El Doctor Paul F. Cipotein nació un 13 de diciembre de 1927 en Hannover, norte de Alemania. Su nacimiento ya estuvo envuelto por un manto de misterio y macabros augurios, pues el parte fue tan desgarrador, que su madre parió sus tripas después de su hijo. Y así, con un alarido porcinamente sísmico, la pobre mujer pasó a mejor vida.
Paul i sus doce hermanos mayores, en ese momento huérfanos de madre, quedaron al “cuidado” de un padre alcohólico, machista, nazi y pederasta que sumergió sus tiernas vidas al peor de los infiernos. Paul vio cómo, al pasar los años, su reflejo adquiría un aspecto adulto, mientras su padre lo sodomizaba o le daba azotes con un látigo hecho de piel de bebé.
Afortunadamente, las demasiado frecuentes visitas a la taberna local del Sr. Cipotein hicieron que su hígado se hiciera lo que los doctores de la época llamaban mierda. Y fue durante el invierno de 1938 que agonizó cómo el que más, para finalmente morir abrazado al pecado que había sido su vida.
Así, sus hijos, todos ellos ya hechos hombres, y todas ellas hechas esclavas, se fueron cada uno por su lado.
Esa dispersión tras la muerte de su padre, coincidió con el inicio de algo que ya se veía venir desde hacía tiempo. La segunda Guerra Mundial estallaba ante un Paul que contaba con sus pocos once años. Y su situación no podía ser peor.
Empezaba a correr la voz por el orfanato donde le habían dejado tirado sus hermanos: los nazis habían insuflado fuerzas renovadas a su idea de “limpieza de sangre”. Imaginémonos a nuestro Paul, un niño moreno, con ojos diminutos de color caca, con ojeras de no dormir más de 3 minutos al día, con un cuerpo esquelético y maltrecho, de baja estatura. En fin, que era menos ario que las pulgas que habitaban su cuero cabelludo. Eso le dio la no demasiado alentadora idea de fugarse. Y así lo hizo.
Después de su exilio no volvió a saberse nada del chaval.
Hasta el miércoles pasado, que fue hallado por nuestro equipo en la puerta de atrás de nuestra redacción. Entre bolsas de basura orgánica lo que clasificamos de vagabundo borracho y perdedor, estaba balbuceando súplicas desesperadamente.
-Puedo… seros.. de koff, kofff, de mucha ayuda. Yo soy el aliento fresco que … koff! Hará despegar vuestro blog. El misterio lo va a elevar a infinito… kof kofff!!!!
Cómo aquél día nos habíamos tomado hasta cincuenta quintos de birra en el curre aceptamos, sin temor de dios, su propuesta. Dejarlo entrar en el equipo de redacción.
Sin duda nuestro peor error hasta el momento.
Dentro de no mucho, nos sorprenderá con la primera de sus inagotables investigaciones:
“El porculero fantasma del metro de Barcelona.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario